Por HORACIO FERNANDEZ. El catálogo del cine ferroviario es inmenso. Más que catálogo se podría decir que es una enciclopedia de varios fascículos, que empezamos a recorrer a partir de este momento.
Van de la mano estos dos grandes inventos del hombre. De hecho, el cinematógrafo nace y prospera en la época de apogeo del tren, según queda de manifiesto en filmes como La llegada del tren (1895), de Auguste y Louis Lumière, y El gran robo del tren (1903), de Edwin S. Porter. Todo un antecedente.
Por eso mismo parece imposible abarcar en pocas líneas el enorme número de películas que tienen a los trenes como ingrediente esencial.
Por eso mismo parece imposible abarcar en pocas líneas el enorme número de películas que tienen a los trenes como ingrediente esencial.
Cualquier listado resulta incompleto: El tren (1964), de John Frankenheimer, El tren de las 3:10 a Yuma (1957), de Delmer Daves, Trenes rigurosamente vigilados (1966), de Jirí Menzel, Escape en Tren (Andrej Konchalovsky); El último tren a Auschwitz (2006/Joseph Vilsmaier); El tren del horror(Dong-Bin-Kim/2005); El último tren (John Sturges/1959); El tren del terror (Roger Spootiswoode/1980); Ultimo tren a Katanga (Jack Cardiff/1968); la célebre Extraños en un tren(Alfred Kitchcock/1951), y la no menos recordada Asesinato en el Expreso de Oriente (Sidney Lumet/1974), donde la trama urdida por Agatha Christie era desarrollada en la pantalla por un elenco multiestelar encerrado en el lujoso tren.
Son tantos los títulos que apenas podemos soñar con abarcarlos en la memoria. Así, desde que John Ford rueda El caballo de hierro (1924), buena parte del western empieza a explicarse a través de sus locomotoras. ¿Y qué decir del uso que del ferrocarril hacen cineastas como Alfred Hitchcock yDavid Lean? Y no es imaginación...
¿Dijimos imaginación? Esa es la cultura que el cine y los trenes comparten cada vez que un cinéfilo se acerca a estos gigantes de hierro y bronce.
Son tantos los títulos que apenas podemos soñar con abarcarlos en la memoria. Así, desde que John Ford rueda El caballo de hierro (1924), buena parte del western empieza a explicarse a través de sus locomotoras. ¿Y qué decir del uso que del ferrocarril hacen cineastas como Alfred Hitchcock yDavid Lean? Y no es imaginación...
¿Dijimos imaginación? Esa es la cultura que el cine y los trenes comparten cada vez que un cinéfilo se acerca a estos gigantes de hierro y bronce.
En los rieles de muchos museos tienen su última parada algunos trenes y muchos recuerdos. Pasear junto a una locomotora Compound en Roma equivale a un majestuoso travelling en la estación moscovita de Ana Karenina (Clarence Brown/1935). No lejos de ella, un coche inglés de tercera clase, con puertas abatibles, derrocha en sus cubiertas de color verde el mismo encanto que otro tren casi idéntico: el que para en la sonriente estación de Castletown, a ocho kilómetros de Innisfree, en el corazón de Irlanda.
En El hombre quieto (John Ford/1953), este ferrocarril esmeralda prepara el espíritu del espectador para un hechizo que ha de situarle más cerca del cielo. Quizá por eso mismo, en cuanto baja de uno de sus vagones, ya sabemos que John Wayne retorna a su pueblo natal para no irse jamás.
En El hombre quieto (John Ford/1953), este ferrocarril esmeralda prepara el espíritu del espectador para un hechizo que ha de situarle más cerca del cielo. Quizá por eso mismo, en cuanto baja de uno de sus vagones, ya sabemos que John Wayne retorna a su pueblo natal para no irse jamás.
Volver a empezar, (José Luis Garci/1983), también muestra un regreso en tren, sólo que esta vez no hablamos de una vaporosa locomotora verde, sino del expreso que conduce a Antonio Ferrandishasta la Estación del Norte, en Gijón.
Es la misma que Manuel Iglesias transformó en un tren espectral, que vuelve cada vez que suena el toque de difuntos en Terror en el tren de medianoche (1980).
Quizá por cosas así, cualquier chimenea en forma de diamante hace recordar con un punto de inquietud películas pioneras, y sin duda ajenas a la serie B, como Llegada de un tren a la estación de ferrocarril del norte (1898), donde una vieja locomotora hace escala eterna en el fotograma.
En fin, ¿qué le vamos a hacer? También hay locomotoras mágicas, al estilo de las de Polar Express(Robert Zemeckis/2004) o Harry Potter y la piedra filosofal (Chris Columbus/2004), cuyo tonificante vaivén nos ayuda a soportar las decepciones de la edad.
Por fortuna, aún es invencible esa nostalgia de trenes a vapor en los que el héroe retorna a su horizonte particular, con la luz de la aventura en los ojos. En casos así, la parada es un lugar fronterizo, al que hay que llegar con cierta predisposición, bien sea la venganza de El último tren deGun Hill (John Sturgess/1959) o ese amor que no cabe en el encuadre y que prospera sobre raíles en El maquinista de la General (Buster Keaton/1926), o los vaivenes del obrero del sector en El ferroviario (1956/Pietro Germi).
Después de ver muchos westerns, hasta John Carpenter le fue fiel a esos trenes polvorientos. Pero lo que son las cosas: cambió el territorio sioux por el planeta rojo. Esto es lo más interesante de Fantasmas de Marte (2001) donde un convoy del futuro trae las peores noticias en su viaje de vuelta.
En fin, ¿qué le vamos a hacer? También hay locomotoras mágicas, al estilo de las de Polar Express(Robert Zemeckis/2004) o Harry Potter y la piedra filosofal (Chris Columbus/2004), cuyo tonificante vaivén nos ayuda a soportar las decepciones de la edad.
Por fortuna, aún es invencible esa nostalgia de trenes a vapor en los que el héroe retorna a su horizonte particular, con la luz de la aventura en los ojos. En casos así, la parada es un lugar fronterizo, al que hay que llegar con cierta predisposición, bien sea la venganza de El último tren deGun Hill (John Sturgess/1959) o ese amor que no cabe en el encuadre y que prospera sobre raíles en El maquinista de la General (Buster Keaton/1926), o los vaivenes del obrero del sector en El ferroviario (1956/Pietro Germi).
Después de ver muchos westerns, hasta John Carpenter le fue fiel a esos trenes polvorientos. Pero lo que son las cosas: cambió el territorio sioux por el planeta rojo. Esto es lo más interesante de Fantasmas de Marte (2001) donde un convoy del futuro trae las peores noticias en su viaje de vuelta.
La edad dorada del cine ferroviario –y quizá del cine en general– también nos dejó el recuerdo de romances imposibles, cuyo punto culminante solía tener lugar en la oscuridad del túnel.
Como si no lo supiéramos ya, Breve encuentro (David Lean/1945) e Indiscreción de una esposa(Vittorio De Sica/1953) nos demostraron que las pasiones se agolpan en el andén, y demasiadas veces se enfrían en el tren de regreso.
Si algo queda claro, es que después de este traqueteo -de muchos o pocos kilómetros- se piensa enBerlín Express (Jacques Tourneur/1948), en Cuentos de Tokio (Yasujiro Ozu/1953) o, en Viaje a Darjeeling (Wes Anderson/2007). Por eso, es simple identificarse con los personajes que descienden de su vagón y reconocen un paisaje familiar. Como quien recupera un trozo de tiempo lejano a través de la pantalla entrañable de un cine.
Como si no lo supiéramos ya, Breve encuentro (David Lean/1945) e Indiscreción de una esposa(Vittorio De Sica/1953) nos demostraron que las pasiones se agolpan en el andén, y demasiadas veces se enfrían en el tren de regreso.
Si algo queda claro, es que después de este traqueteo -de muchos o pocos kilómetros- se piensa enBerlín Express (Jacques Tourneur/1948), en Cuentos de Tokio (Yasujiro Ozu/1953) o, en Viaje a Darjeeling (Wes Anderson/2007). Por eso, es simple identificarse con los personajes que descienden de su vagón y reconocen un paisaje familiar. Como quien recupera un trozo de tiempo lejano a través de la pantalla entrañable de un cine.
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