domingo, 26 de febrero de 2012

Las cosas por su nombre

Por Martín Kohan 

No deja de ser una ironía histórica, y ahora una ironía trágica, que el tren de las tantas catástrofes lleve el nombre de Sarmiento. Lo es que el tren de los vagones incendiados, el que embiste un colectivo, el que enluta ahora al país, se llame justamente así. Porque si alguien alguna vez apostó al ferrocarril como motor del progreso moderno, si alguien recurrió al ferrocarril como metáfora del progreso moderno, ése fue Domingo Sarmiento. Resulta ahora una ironía muy cruel, muy terrible y muy amarga, que la fe en ese progreso se basara ni más ni menos que en esto: en que no podría frenarse.

Después de que se perdió la guerra de las Malvinas, pronto hará ya treinta años, y mientras la República recogía los beneficios cívicos de tamaña derrota, una calle de Buenos Aires vio trocar su nombre por otro: Canning dejó de llamarse Canning, para pasar a llamarse Raúl Scalabrini Ortiz. Ese celo nominal honraba así a quien se ocupó de pensar la nacionalización de los trenes, en manos inglesas, como es sabido, hasta la intervención del primer peronismo.

La calle en cuestión se siguió llamando igual, pero eso no obstó en absoluto para que otro peronismo (lo digo por redundancia: el peronismo siempre es otro) procediera años después a privatizar esos ferrocarriles. Los nombres no deciden las cosas, pero dejan, aquí y allá, ciertas pistas de sentido. Trenes nacionales, trenes concesionados, la función del Estado, la soberanía, los ingleses: todo eso está dando vueltas otra vez entre nosotros.

Y además el nombre de Sarmiento, atravesando el espanto de lo que pasó el otro día en la Estación Once, parece estar ahí para recordarnos que la relación de la Argentina con el progreso y con las promesas tecnológicas de la modernidad se ha visto siempre acechada por el desencuentro, por el desconcierto, por la dificultad, por el destiempo.

Paul Virilio ha sostenido que los accidentes forman parte de la invención; que toda invención tecnológica contiene ya, de por sí, el germen del accidente. El Sarmiento, ya que no Sarmiento, parece haber llevado esa hipótesis a un extremo insoportable.

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