Trabajan hombres orgullosos de ser ferroviarios. Sus vidas e historias.
En el taller del ramal reparan las locomotoras de vapor con mano artesanal.
Las caras curtidas por el frío llenan ese galpón perdido en la Patagonia. Llevan una vida marcada por los rieles y las locomotoras. Es lo que eligieron desde pequeños. Son los hombres que día a día mantienen viva esa joya del pasado llamada La Trochita. Trabajan en un "hospital" en el que a veces sólo le tienen que hacer pequeñas curaciones. Pero en otras ocasiones deben atenderla a fondo y la vuelven armar como lo hicieron por primera vez en 1922. Están en El Maitén y están orgullosos de ser ferroviarios.
El 24 de abril una formación de La Trochita volcó con 150 pasajeros a bordo a causa de las fuertes ráfagas de viento entre Esquel y Nahuelpán. La noticia recorrió el planeta. El pequeño tren con la trocha más angosta del mundo, 75 centímetros, terminó al costado de las vías, pendiendo de un terraplén. La suerte quiso qué sólo hubiese heridos leves. Pero aquella locomotora de La Trochita, que estaba reluciente, debió volver al taller de El Maitén, maltrecha, sobre un remolque.
Allí ya planean recuperarla pieza por pieza, aunque afirman que no tiene daños estructurales. Pero deberá esperar su turno. Actualmente los empleados del taller están abocados a dos máquinas. Una locomotora norteamericana a la que le hacen reparaciones "intermedias", y otra alemana a la cual se le está realizando una recuperación integral que incluye todos sus componentes.
Durante todo el verano y en las vacaciones de invierno las locomotoras que salen desde El Maitén hacia Ingeniero Thome y desde Esquel hasta Nahuelpán no descansan. Desde todo el país llegan turistas ansiosos de subirse a este particular tren a vapor. Yanina Sanpedro, coordinadora de la estación de El Maitén, cuenta que una parte importante de las visitas son trabajadores ferroviarios o miembros de familias que estuvieron ligadas al ferrocarril.
Desde Estados Unidos y Europa llegan, en setiembre y octubre, cientos de personas deseosas de viajar en los vagones de madera, cuidadosamente restaurados por los carpinteros de El Maitén.
Sanpedro cuenta que este año la cantidad de pasajeros transportados ya va por 5.000 y que el número crece a razón de casi un 20% por temporada. La construcción de asfalto desde el empalme de la ruta que va a Esquel fue vital para aumentar la cantidad de visitantes a este pueblo de 6.000 habitantes, que respira y vive para el tren. Además, lentamente se están construyendo más plazas hoteleras.
En el taller de El Maitén hace un frío que cala los huesos, y eso que el invierno recién se empieza a sentir en el norte de Chubut. Antes de arrancar la jornada, los 22 ferroviarios que trabajan en el lugar se calientan las manos en estufas que no llegan ni siquiera a entibiar el gigantesco galpón.
"Carlitos" Kmet, 46 años de trabajo con los trenes y de familia ferroviaria, va y viene por todo el edificio. Es el jefe del taller. Habla por celular y pone el entusiasmo que sólo muestran aquellos que aman lo que hacen. Su sueño siempre fue trabajar en Ferrocarriles Argentinos, una historia que se repite en la mayoría de los empleados. "La Trochita es mi vida", afirma, y quienes hablamos y lo vimos trabajar durante dos días no tenemos ningún tipo de duda de lo que dice. Habla del tren como el padre que está orgulloso de los logros de sus hijos. "En tres meses está de nuevo en condiciones", asegura señalando la locomotora que castigó el viento.
El taller está dividido en sectores como tornería, ajuste, soldadura y carpintería. Alrededor de la mitad del plantel estable del taller tiene más de 20 años de experiencia y debieron pasar por la traumática privatización de Ferrocarriles Argentinos a finales de 1993.
La incertidumbre duró un par de meses. Fue hasta que el gobierno provincial chubutense se hizo cargo del ramal para convertirlo en un tren turístico.
Diferente situación se dio en Río Negro, que heredó la mitad de las locomotoras a vapor que integraban en aquel entonces el ramal entre Ingeniero Jacobacci y Esquel. Los escasos diez kilómetros que recorrió la locomotora restaurada por encargo del gobierno rionegrino son una muestra de las abismales diferencias con que las dos provincias encararon el traspaso a la órbita provincial.
Los hermanos Ponce son dos de los capataces del taller. (Sigue en la página 26) No se parecen entre ellos pero muestran la misma sabiduría ferroviaria.
Ambos pasaron por los distintos sectores del taller y recuerdan cuando, en pleno auge de Ferrocarriles Argentinas, cada empleado pasaba cinco años en un área y debía estudiar en su casa la teoría de lo que lo luego practicaba en el taller. Al final del periodo debía rendir un examen para pasar de categoría.
Hoy los dos están preocupados por el futuro del oficio en el que se transformó reparar La Trochita. Cuando pueden reclaman ante las autoridades provinciales que se incorporen más jóvenes para que aprendan en la práctica –la única forma posible, argumentan– cómo mantener los trenes. Hasta ahora han tenido pocas respuestas favorables. Los años pasan, las jubilaciones llegan y el recambio de trabajadores no aparece. (Ver aparte)
Joaquín Quilquitripai tiene 49 años y 24 años de ferroviario. Ajusta caños de una caldera que está siendo reparada, ya que cada ocho años vence la habilitación para usarlas. Un gorro de Boca lo abriga. Agarra una maza y golpea las tuberías con fuerza.
"Me gusta trabajar acá", dice este oriundo de Teca, un pueblito al sur de Esquel. Antes anduvo en las locomotoras de asistente de "foguista", el encargado de vigilar la crucial presión del agua en estas máquinas. Hoy vive en El Maitén y sonríe ante cada foto, con medio cuerpo metido en la caldera.
Daniel Vega derrocha buen humor. Nombra a Dios cada vez que puede y llegó desde Corrientes en la década del 70. "De afuera el trencito que es tan vistoso", dice Vega con ternura y cariño.
"Uno pone lo mejor. Lo hace artesanalmente. Acá no se consiguen repuestos, y los hacemos nosotros. Pieza por pieza. Lo hacemos de corazón. De muy adentro", remarca. "Nos sentimos bien ferroviarios. Somos parte de la vida del tren", aclara el correntino.
El taller es como un gran cuerpo que a veces se llena de sonidos y a veces descansa. Suenan los tornos y las sierras de la carpintería. Se ve la relampagueante luz de una soldadora eléctrica. Un martillo gigante choca contra el metal al rojo. Por momentos los ruidos parecen conjugarse en una melodía. Parecen una locomotora que empieza a tomar velocidad. Un rato después la "melodía" se apaga de a poco. Las manos se estrechan y el taller queda en penumbras.
Los hombres se van. Es hora de descansar. Especiales HD busca registrar en video de alta definición hechos periodísticos ocurridos en la Patagonia.
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FOTOS: N. PÉREZ Y ANDRÉS STEFANI
stefaniandres@gmail.comNÉSTOR PÉREZ
ngperez2010@gmail.com
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