martes, 28 de febrero de 2012

El tren de los pueblos esclavos

La tragedia de Once y la soberbia argentina

Por Osvaldo A. Bodean
andresbodean@gmail.com

Nada más hueco para una madre que llora la muerte de su hijo que una enardecida proclama ideológica que promete justicia. Del bando que sea.

Su hijo ya está muerto y no hay ideología que le devuelva la vida.

Para los que por estas horas sufren las muertes de la tragedia de Once, ningún relato (incluida esta columna), ningún análisis político y económico, de un lado y de otro, no importa el enfoque, ninguno, sea más o menos brillante, ninguno, guarda proporción ante el misterio insondable de la muerte.

Todos llegan tarde. Definitivamente tarde.

En más, la pelea en Twitter entre los que pregonaban #estamosbuscandoaCFK o #cacerolazofueracfk y los que del otro lado respondían #YoEstoyConCristina, se asemejaba a una riña entre buitres para ver quién se aprovechaba de los cadáveres, unos para exhibirlos como pruebas y otros para hacerlos desaparecer.

No se habían enfriado los cuerpos, ni siquiera se tenían mínimos elementos sólidos de juicio para saber las causas, y ya había una guerra de mensajes, unos (opositores) para aprovechar el hecho, otros (gobierno, empresa) urdiendo la estrategia para eludir responsabilidades, para zafar, para culpar a Menem, o al imperialismo norteamericano, o a los ingleses que alguna vez tuvieron los ferrocarriles, o a España por haber conquistado América.

La muertes, estas muertes de Once y todas las muertes, para aquel que tenga una humanidad despierta, son un llamado a la humildad. Y los argentinos necesitamos humildad. El problema es que escasea. Por el contrario, producimos más soberbia que soja.

La gente simple y educada, cuando de improviso se cruza en la calle con un cortejo fúnebre, interrumpe sus cabildeos, posterga sus planes y su apuro, para y se persigna. O baja la cabeza en señal de respeto. No importa la identidad del muerto. No importa si en vida fue más o menos bueno, si lo mataron o se mató o se lo llevó una enfermedad. No importa si era kirchnerista u opositor, católico o ateo.

Los dirigentes y los periodistas deberíamos aprender de tan sabio gesto, que no es otra cosa que un reconocimiento de que se está ante un misterio insondable que la mente humana no puede medir. “…llega la muerte; como un zapato sin pie, como un traje sin hombre; llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo; llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta”, escribió Pablo Neruda.

Tanta falta de respeto a los muertos y a sus familiares no es otra cosa que una consecuencia del poco respeto que tenemos por los que están vivos, especialmente por los de a pie, los sin poder, de los que los usuarios de los trenes capitalinos viajando como ganado desde hace añares son sólo un ejemplo más.

¡Ahora todos sabemos cómo debe funcionar un sistema de transportes eficiente que evite siniestros como el del miércoles pasado! ¡Damos lástima de tan cara duras que somos! Si hasta el gobierno y los Cirigliano posan de que la tienen clara, como también dicen poseer fórmulas salvadoras los que en su momento aplaudieron al menemismo, como si acaso aquel menemismo y este kirchnerismo no fueran casi gemelos en sus negociados con empresarios parásitos del Estado, a los que sólo están dispuestos a controlar si no aportan para la campaña o si, como en este caso, caen en desgracia por una tragedia.

El “tren de los pueblos libres”, que cada vez acorta más su recorrido, deviene en tren “de los pueblos esclavos”, si partimos de la base de que hasta hoy seguimos sin información clara y transparente que explique cómo y por qué concedieron el servicio a TBA. Sin derecho a la información, no hay libertad. Más bien hay pueblos arriados como ganado.

El día en que sucedió la tragedia justo era, para los católicos, miércoles de ceniza. Para quien lo vive a conciencia y no como un rito vacío, es un llamado potente a la humildad. “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás" y “Concédenos, Señor, el perdón y haznos pasar del pecado a la gracia y de la muerte a la vida” son dos de las categóricas frases que se pronuncian al marcar con ceniza la frente de cada uno.

Los ateos podrán darle una forma laica y quienes profesan otro credo ajustarla a sus creencias, pero ¡qué bien nos vendría a los argentinos vivir una “cuaresma” que cure la soberbia!

Mientras escribo estas líneas, en la Argentina es feriado. Se supone que en homenaje a la bandera y a su creador. ¿Qué tal si nos miramos en el espejo de Belgrano?

“Nuestros patriotas están revestidos de pasiones, y en particular, la de la venganza; es preciso contenerla y pedir a Dios que la destierre, porque de no, esto es de nunca acabar y jamás veremos la tranquilidad”, dijo alguna vez.

También: “¿Qué otra cosa son los individuos de un gobierno, que los agentes de negocios de la sociedad, para arreglarlos y dirigirlos del modo que conforme al interés público?”.

No sólo lo dijo. Sirvió a la Patria y murió en la miseria. “Las comparaciones son odiosas”, dice la sabiduría popular.

No hay comentarios:

Publicar un comentario