viernes, 14 de octubre de 2011

Trenes de alta velocidad para México



En un país sin proyecto nacional y casi sin proyectos relevantes de ingeniería e infraestructura, parece fatuo o ingenuo hablar de trenes de alta velocidad. No obstante, estimular la imaginación tal vez nos ayude a entender mejor nuestro pantanoso estancamiento.

Más de 97% de los viajes interurbanos en México se lleva a cabo en autotransporte carretero; el resto, en avión. En esencia, ésta es la estructura modal del transporte interurbano de pasajeros, apuntalada por un subsidio masivo a los combustibles automotrices, que en el 2011 superará los 170,000 millones de pesos. Tal cantidad es 10 veces mayor al gasto del Estado en ciencia y tecnología, cuatro veces mayor al gasto en medio ambiente y agua, más de cinco veces el gasto en seguridad pública, más del doble del presupuesto en comunicaciones y transportes, 80% del gasto en educación, seis veces el presupuesto de la UNAM, y casi 100% más del presupuesto en salud.

Independientemente de la perversión fiscal que implica, el esquema de subsidios y la estructura modal del transporte a la que subyace inducen una ineficiencia energética extrema y emisiones desbocadas de Gases de Efecto Invernadero (la fuente más importante en el inventario nacional de emisiones).

Desde luego, es también notable la distorsión que imponen al desarrollo urbano, promoviendo asentamientos digitales extendidos y dispersos a lo largo de carreteras, así como el abandono y decadencia de las zonas centrales de las ciudades.

No tendría por qué ser así ineluctablemente. Existen numerosos corredores o pares origen y destino con altas densidades entre la ciudad de México y Monterrey, Guadalajara, Toluca y Morelia, Puebla, y el corredor de Querétaro al Bajío y a Aguascalientes. Dependiendo de la tecnología utilizada, de la topografía y del número de estaciones intermedias, el costo de una línea de ferrocarril de alta velocidad –a más de 300 kilómetros por hora– al estilo francés (TGV), español (AVE), alemán (ICE), italiano (ETR 500), japonés (Shinkansen), coreano (KTX), o chino, puede rondar los 1,500 millones de dólares por 100 kilómetros, incluyendo construcción, equipo rodante, vías, sistemas de control, electrificación y estaciones.

No porque sea deseable una inversión gubernamental completa (lo ideal serían Asociaciones Público–Privadas), sino sólo como referencia, México podría construir cada año cerca de 900 kilómetros de ferrocarriles de alta velocidad aplicando para ello el presupuesto que hoy se destina a subsidiar los combustibles fósiles. Así, en sólo tres años, en este ejercicio de imaginación delirante, México tendría una red de trenes de alta velocidad cubriendo sus corredores o pares origen y destino estratégicos, que sería más extensa que las de Francia, España, Alemania e Italia (China ya ostenta 4,000 km de vías de alta velocidad). Este tipo de trenes está en fase de planeación o desarrollo en Estados Unidos, Argentina, Brasil, Sudáfrica, Australia, India y muchos países más.

Los trenes de alta velocidad tienen la capacidad de acelerar notablemente no sólo la movilidad interurbana, sino la productividad, la generación de empleos y el desarrollo económico de las ciudades a las que sirven; además de sus ventajas ambientales y en materia de emisiones de Gases de Efecto Invernadero.

Las estaciones, ubicadas en áreas centrales de las ciudades, promueven la revitalización urbana, proyectos inmobiliarios de alta densidad y usos mixtos de vivienda, servicios y oficinas, lo que contribuye a generar ciudades compactas acopladas a sistemas intermodales de transporte público y a movilidad peatonal y no motorizada, así como mercados laborales más accesibles y eficientes.

Desde luego se requeriría del liderazgo del gobierno federal en materia de planeación, financiamiento, ejecución y operación, y la creación de corporaciones público–privadas con capacidad de coordinar la adquisición de derechos de vía y el desarrollo de predios para estaciones y centros intermodales (y en el DF, combatir al acechante ambulantaje). Todo es ahora un desvarío onírico, en este México atascado. Pero, tal vez un gobierno de coalición...

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