domingo, 22 de mayo de 2011

El Salvador - El tren sigue vivo gracias al turismo y los bajos precios


» El viejo ferrocarril circula entre las ciudades de San Salvador y Apopa. Sus pasajeros se libran de los congestionamientos vehiculares, aunque viajan a escasos 25 kilómetros por hora, para llegar a su trabajo o lugar de estudio. Otros viajan por paseo.

María Luisa Amaya y sus dos hijas abordaron el tren en la estación de partida, en San Salvador. "Está bien bonito", opinó la mujer, riéndose de sí misma al recordar cómo el día anterior habían llegado a la estación, pero no se habían atrevido a subirse. "Es por los brecazos que pega", justificó otra pasajera.
Josué Ezequiel, a sus cinco años de edad, reconoce que la primera vez que montó también sintió miedo y no quiso salir al balcón del vagón, pero ahora le encanta. Tanto es así que esa tarde de miércoles estaba allí porque se lo pidió a su tía, Mayra Hernández.
El niño disfruta sin complejos mientras grita por la ventana, come nances y no para de reír y contar cosas. "Fíjese que nos equivocamos porque queríamos ir en el último (vagón)", dijo, haciendo alarde de que ya superó su temor inicial.
Carlos Gilberto, un joven con síndrome de down, también gozaba sin complejos de viajar en tren golpeando el suelo con su sombrilla, al ritmo del chuc-chuc de la locomotora. Su abuelo, Rogelio Guevara, cuenta que lo trae siempre que puede. "A veces vienen otros niños especiales, pero el que más seguido viene es él", aseguró.
La mayor parte del trayecto está flanqueado por champas. Están tan cerca que algunas láminas incluso rozan los vagones. Las personas se apartan. El maquinista hace sonar cada poco tiempo el pito.
Otro de los trabajadores del tren, César Lemus, intercambia saludos con algunos viandantes. Hay una relación obvia de cotidianeidad entre la población que vive junto a la vía y el tren.
A la altura de la comunidad El Porvenir, algunos levantan el brazo. "Es que creen que es el bus", interpretó el maquinista, Rafael Aguilar.
En su recorrido entre la capital y Apopa, la máquina hace 10 paradas, en las que muchos suben a los vagones.
Por la mañana, la mayoría de la gente sube al tren para llegar a su trabajo; pero por la tarde, muchos lo hacen sólo por pasear.
Una de las ventajas fundamentales de este medio de transporte es que resulta más económico, según dijeron varios pasajeros consultados por este diario. El pasaje cuesta 10 centavos.
Juan Ramos, un albañil que toma este medio para regresar de trabajar en el centro de San Salvador todos los días, dijo que gracias a él ahorra 80 centavos diarios, porque de otro modo tendría que agarrar dos microbuses para ir y dos para volver a su casa, junto a la refinería de Apopa.
También son muchos los que valoran la seguridad que aporta la presencia policial. César Lemus, trabajador del tren, aseguró que sin ellos serían frecuentes los asaltos y la violencia. Para ilustrarlo, cuenta que han colocado rejas en las ventanas porque antes tiraban cosas desde fuera y algún pasajero resultó golpeado.
Entre cuatro y cinco agentes policiales viajan siempre en el convoy gracias a un convenio que se firmó entre la empresa Fenadesal (Ferrocarriles Nacionales de El Salvador) y la policía. Son un grupo permanente de 12 agentes a los que la compañía estatal les da comida y vivienda.
Otra ventaja del tren es que no encuentra semáforos ni trabazones. Según el maquinista, circula a unos 25 kilómetros por hora. Pero hay quien, como Noemy Martínez, argumentó que monta en tren porque es más barato, pero si costase lo mismo iría en microbús porque "en tren lleva más tiempo".
Algunos pasajeros aseguraron que se está estudiando alargar el recorrido del tren. Todos parecían satisfechos con la idea. Se hablaba de llegar hasta el Sitio del Niño, en La Libertad. Trabajadores de Fenadesal confirmaron que hay un proyecto en estudio, aunque no hay plazos establecidos.
Muchos van mirando el paisaje que llegando a Apopa pasa a ser más rural y más verde, transitando junto a un precipicio. Abajo, el río Acelhuate. Y entre todos los pasajeros viajan Yancy Rivera y Gladys Lemus, las "vendedoras oficiales", como ellas mismas se autoproclaman. Relatan que sólo hacen el recorrido de tarde, pero que comenzaron a trabajar en el tren vendiendo fruta desde que empezó este recorrido, hace tres años.
Antes llegaban más vendedoras, pero al final sólo quedaron ellas. "La gente no siempre es la misma. Hay algunos de todos los días, pero la mayoría vienen a pasear", describió Yancy. Se marchan gritando, "mango, sandía, piña, pepino, melón".
El tren llega a su destino y todos bajan divertidos. Poco a poco, la estación va quedando vacía. Rafael, el maquinista, se acerca cojeando con unos papeles en la mano. Hoy han vendido 600 billetes, informó, satisfecho, antes de despedirse.
El tren es el eje que atraviesa la vida de este maquinista que ha dedicado 35 años a este oficio. La cojera es fruto de un ataque que sufrió el ferrocarril en el que trabajaba durante la guerra civil.

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