jueves, 24 de marzo de 2011

Los rieles buscan despertar

Trenes: Entre la nostalgia y el anhelo de su reactivación 
por Ivana Fischer 
Periodista



Hablar de trenes quizá  nos remita, hoy, a una imagen dolorosa, porque lo más próximo que tenemos, en nuestra memoria, es la tragedia ocurrida en San Miguel. No obstante, yo quiero rescatar otro retrato, ese que, tal vez, a muchos, nos transporte a la infancia.

Recorriendo el interior de nuestro país, vemos, con suma tristeza, las estaciones de trenes abandonadas o, en el mejor de los casos, transformadas en escuelas, centros de jubilados, club de abuelos, museos y hasta sede de las autoridades comunales… y pensar que, allí mismo, nacieron tantos pueblos… Crecieron, a su alrededor, almacenes, panaderías y los servicios básicos para que funcione una comunidad.
A partir de los años 90, con la desaparición del tren, también se fueron devastando muchos poblados, al haberse quedado sin la principal comunicación (y la más barata).
Afortunadamente hoy, en algunas localidades del país, se vive un “renacer” de este tipo de transporte. Muchas familias han visto “estremecer” sus hogares, cuando, a la vera de las vías, han sentido nuevamente la furia de las máquinas sobre los rieles, una sensación que no experimentaban desde hace años.
Circulan distancias cortas, varios lugares no cuentan con la señalización correspondiente, y, en gran cantidad de casos, la inseguridad, tan característica de nuestros tiempos, marca su impronta en los trayectos.
Algunos gobiernos han decidido invertir en su nueva puesta en marcha para transporte de pasajeros. Se han hecho inversiones millonarias, y las deficiencias no han sido saldadas aún en su totalidad. No obstante, muchos pobladores, por afecto, nostalgia o ventaja económica, han comenzado a usarlos.   
Locomotoras vetustas, atractivo turístico
“El viejo vagón de pago para el personal del ferrocarril está  intacto en la entrada del pueblo, recordando a los visitantes que, alguna vez, por aquí, el tren lo fue todo”. De esta manera, describe, el diario La Nación esa nostalgia en Ibicuy, un poblado entrerriano, ubicado a 150 kilómetros de la Capital Federal, que dejó de lado su tradición ferroviaria y tuvo que acostumbrarse a vivir del río, de los campos bajos y del turismo.
En la Argentina, unos 900 pueblos corren el riesgo de desaparecer. Gran cantidad de estos inició  su cuenta regresiva, con la muerte del servicio ferroviario. Las estaciones quedaron convertidas en lugares de paso para los trenes cargueros y el desguace para los viejos fierros desperdigados por todo el trayecto.
Los poblados en riesgo de desaparición comparten muchos puntos en común, entre ellos, la finalización de la principal actividad económica que le dio vida: el cierre de estaciones de ferrocarril; además del aislamiento ocasionado por pavimentación de calzada alejada de los antiguos caminos de tierra, el deterioro de las rutas existentes, la carencia de transportes públicos, la falta de inversión por parte del Estado en educación formal e informal, la ausencia de fuentes de trabajo y la imposibilidad de acceder a la información.
“Responde, identifica y promueve acciones que brinden, a los habitantes de los pueblos rurales en riesgo de desaparición o en crisis por despoblamiento, oportunidades sociales y económicas para la recuperación de sus comunidades a partir de su propia vocación de superarse”, afirma la fundadora de la ONG, Marcela Benítez.
Con este trabajo, aseguran, se ha podido “inyectar vida” a diversos proyectos turísticos para esos poblados: Se ha implementado el programa “Turismo en Pueblos Rurales”, restaurando estaciones de trenes. Allí se han instalado museos históricos con postales de la tradición ferroviaria.
El ferrocarril fue “partero” de pueblos diseminados en toda la extensión de la Argentina. Con los años, vio partir a sus hombres y mujeres, en busca de nuevos horizontes, a las grandes urbes. Hoy se resiste a morir e intenta reformular su existencia, ya sea, escuchando de nuevo el habitual "pasajeros al tren", el silbato del guarda y la campanada del jefe de estación, o recibiendo turistas ávidos de recuerdos de esa gran maquinaria económica que movió  al país, desde sus inicios.

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