Argentina tiene una tarea gigante por delante: recuperar los ferrocarriles tanto de carga como de pasajeros. Llama la atención que un país tan extenso y tan diverso, todavía no haya a nivel de ningún gobierno un proyecto para contar con un Ministerio de Transporte, máxime teniendo en cuenta que el transporte implica comunicación, comercio y principalmente desarrollo integral
.
Lo otro que es necesario consignar es que recuperar el ferrocarril también implicará una decisión política de primer orden, dado que se le restaría de manera directa el inmenso poder que hoy ostenta el gremio de los camioneros y especialmente el titular de la CGT, Hugo Moyano.
Si el Sindicato de Camioneros así lo deciden, están en condiciones de paralizar a todo un país. Ese poder es demencial y perverso. De la misma forma, hay que reconocer que fue demencial y perverso privatizar los ferrocarriles.
La importancia que tiene el ferrocarril en el transporte de personas y mercaderías y en la integración del territorio nacional, no la tiene ningún medio de transporte.
Por eso el ferrocarril –especialmente cuando estaba en manos del Estado- fue una de las herramientas fundamentales para la expansión de las economías regionales y la ocupación de territorios. Todos los pueblos, a través del ferrocarril, podían tener acceso a los puertos y con ello a una mejor competencia en materia de comercialización. Esto era así incluso más allá de las distorsiones del esquema agroexportador que convergía en el puerto de Buenos Aires y la falta de vinculación transversal, salvo en tramos aislados, de los pueblos del interior.
En las últimas décadas del siglo XX, el ferrocarril padeció un progresivo como deliberado deterioro por mala administración y falta de inversiones.
Y cuando se decidió su clausura de hecho, se utilizó una frase que aún hoy es un insulto a la racionalidad: “Ramal que para, ramal que cierra”. Se privatizaron, se otorgaron –aún hoy es así- millonarios subsidios a las privadas, pero los ramales siguen parados si se mira el mapa del país completo.
Nada importó que el ferrocarril fuera de vital importancia geoestratégica para los pueblos del interior. Nada importó que esos pueblos sufrieran aislamiento e incluso en algunos casos hasta su completa desaparición. Mientras ocurría esto, los ferrocarriles en el mundo se revalorizaban y se expandían con una decisiva y fuerte presencia del Estado. No es casual que en Europa, en Japón, en Estados Unidos, los ferrocarriles hoy sean más veloces y económicos –reduciendo los costos de transporte- e incluso en media distancia hasta compiten con el avión. Y ya se sabe, ferrocarriles circulando como corresponde, son menos camiones en las rutas y con ello hasta menos accidentes viales y menores costos comerciales.
El ferrocarril debe volver a rodar para beneficio de pueblos y ciudades, para abaratar los costos de los fletes, reducir el tiempo de traslado y bajar las estadísticas de accidentes.
Por eso este planteo clama para que las perspectivas del ferrocarril sean contempladas como una política nacional de transporte vinculado con los proyectos de crecimiento a largo plazo.
Si el Sindicato de Camioneros así lo deciden, están en condiciones de paralizar a todo un país. Ese poder es demencial y perverso. De la misma forma, hay que reconocer que fue demencial y perverso privatizar los ferrocarriles.
La importancia que tiene el ferrocarril en el transporte de personas y mercaderías y en la integración del territorio nacional, no la tiene ningún medio de transporte.
Por eso el ferrocarril –especialmente cuando estaba en manos del Estado- fue una de las herramientas fundamentales para la expansión de las economías regionales y la ocupación de territorios. Todos los pueblos, a través del ferrocarril, podían tener acceso a los puertos y con ello a una mejor competencia en materia de comercialización. Esto era así incluso más allá de las distorsiones del esquema agroexportador que convergía en el puerto de Buenos Aires y la falta de vinculación transversal, salvo en tramos aislados, de los pueblos del interior.
En las últimas décadas del siglo XX, el ferrocarril padeció un progresivo como deliberado deterioro por mala administración y falta de inversiones.
Y cuando se decidió su clausura de hecho, se utilizó una frase que aún hoy es un insulto a la racionalidad: “Ramal que para, ramal que cierra”. Se privatizaron, se otorgaron –aún hoy es así- millonarios subsidios a las privadas, pero los ramales siguen parados si se mira el mapa del país completo.
Nada importó que el ferrocarril fuera de vital importancia geoestratégica para los pueblos del interior. Nada importó que esos pueblos sufrieran aislamiento e incluso en algunos casos hasta su completa desaparición. Mientras ocurría esto, los ferrocarriles en el mundo se revalorizaban y se expandían con una decisiva y fuerte presencia del Estado. No es casual que en Europa, en Japón, en Estados Unidos, los ferrocarriles hoy sean más veloces y económicos –reduciendo los costos de transporte- e incluso en media distancia hasta compiten con el avión. Y ya se sabe, ferrocarriles circulando como corresponde, son menos camiones en las rutas y con ello hasta menos accidentes viales y menores costos comerciales.
El ferrocarril debe volver a rodar para beneficio de pueblos y ciudades, para abaratar los costos de los fletes, reducir el tiempo de traslado y bajar las estadísticas de accidentes.
Por eso este planteo clama para que las perspectivas del ferrocarril sean contempladas como una política nacional de transporte vinculado con los proyectos de crecimiento a largo plazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario