jueves, 12 de enero de 2012

La lenta muerte del tren argentino

La virtual desaparición de los trenes de pasajeros -que fueron un factor del progreso nacional- es un signo de retroceso, justo cuando estos se afianzan como medio de transporte en el mundo.

El extraordinario crecimiento económico de la Argentina, entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siguiente, se basó sobre tres factores: la extensión del área sembrada, la multiplicación de cabezas de ganado y el tendido de vías férreas a lo ancho del país. El trigo, las vacas y el tren fueron los símbolos del progreso nacional a lo largo de casi un siglo de historia nacional. A lo que hay que sumar la expansión de la educación y la salud públicas y el surgimiento de las primeras industrias.
Las escuelas primarias, los colegios secundarios y las universidades también fueron símbolos de ese gran salto adelante, que llevó al país a convertirse en el primero de América latina y a estar por encima de varios países europeos. La llegada en escala masiva de inmigrantes de Europa también contribuyó a aquella hazaña histórica, no sólo en el plano de la economía, sino también el de la cultura.
Todo ello hizo posible el desarrollo de una gran clase media, con índices muy altos de movilidad social. Fue aquella, como todas, una sociedad altamente conflictiva, pero los conflictos fueron también un acicate para el progreso, para la construcción de la democracia y para una distribución más justa de la riqueza.
Lamentablemente, hay cosas que se han perdido, y una de las cosas que se perdió fue el tren como principal medio de locomoción, ante todo el tren de pasajeros, pero también el tren de cargas, lo que ha hecho que las rutas nacionales se abarroten de vehículos particulares, ómnibus y camiones, lo que las hace con frecuencia casi intransitables.
Esto ocurre en momentos en que el tren se ha afianzado como el principal medio de transporte en buena parte del mundo, sobre todo en Europa, donde a los trenes comunes se han sumado los de alta velocidad, como el TGV francés o el AVE español, que se desplazan a 200 kilómetros por hora o más y por lo tanto cubren distancias de 600 kilómetros en tres horas o de 800 en cuatro horas. Con un añadido: que los puntos de partida y arribo de esos trenes son estaciones emplazadas en el centro de las ciudades, evitando los largos peregrinajes a los aeropuertos y las demoras e inconvenientes propios de la aviación comercial.
En los comienzos del gobierno de Néstor Kirchner se anunció, no sin cierta pompa, la habilitación de trenes bala o alta velocidad, como así también la construcción de un gasoducto entre Venezuela y la Argentina, proyectos faraónicos que por supuesto nunca se llevaron a la práctica. Ni siquiera se han reparado las antiguas vías férreas ni puesto en funcionamiento trenes como el Rayo de Sol o El Cordobés, que cubrían en 10 horas el trayecto Córdoba-Buenos Aires, desde la Estación Mitre a la de Retiro.
La virtual desaparición del tren como medio de transporte de pasajeros constituye, en ese sentido, una gran pérdida.

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