Cuando uno habla de que una persona con diversidad funcional tiene dependencia para desempeñar ciertas acciones, está totalmente en lo cierto. Hay muchas personas que no se pueden levantar, vestir, asear, comer, sin el concurso de otra. Sin embargo, no es menos verdad que también la familia y allegados tienen necesidad de la mera presencia de las personas con diversidad funcional.
Considero acertado afirmar que, en ocasiones, suponemos una carga psicológica y física para nuestros seres queridos. Además, está probado el diferencial económico que suponemos para ellos. También hay que sopesar y tener en cuenta los lugares a los que se puede acudir con personas con movilidad reducida, autismo, síndrome de Down, ceguera y un largo etc. En función del individuo y del lugar al que nos proponemos llegar, podremos acudir a uno u otro sitio según las necesidades y características de dichas personas. Todo lo anteriormente expuesto limita mucho tanto a las personas con diversidad funcional como a sus acompañantes. Ir junto a un miembro del gremio de los 'cascaos' acerca a nuestros seres apreciados a la realidad tozuda con la que convivimos día a día.
Hace poco tiempo me comentaba un amigo: "Cuando te discriminan a ti, también están discriminándome a mí". Alguna vez he mencionado que tengo otro amigo de la infancia a cuya casa no puedo ir porque no existen trenes de cercanías que te lleven desde Málaga hasta Fuengirola con tu silla de ruedas. El motivo es bien sencillo: no se puede acceder a la estación de cercanías ni al tren en ninguna de las dos ciudades. Pues bien, es evidente que se me está impidiendo el transporte en un medio público dentro del territorio de mi país. No puedo visitar a mi amigo y su familia en su domicilio, que dista de mi casa unos 40 kilómetros. Bien es verdad que podría perfecta y cómodamente viajar en taxi previa donación de un riñón para permitirme pagar el desplazamiento. Emprender la travesía en autobús está totalmente descartado por motivo de pesadillas. Lo único que en la práctica me queda es recurrir a algún alma caritativa que se preste a llevarme en su vehículo privado. Resulta bastante patente, a menos que se cierren los ojos a la realidad, que un viaje de tales características resulta tan difícil que a veces se convierte en una tarea imposible de realizar. Por cierto, si alguien tiene un riñón, le pido por favor que lo done a una buena causa, como puede ser viajar desde Málaga hasta Fuengirola. A esa generosa persona Dios se lo pagará con creces, porque yo no me lo puedo permitir.
Y ahora toca ponerse en el lugar del otro. Cuesta imaginar a mi colega esperando un tren que ni este año ni el siguiente ni el otro ni el otro llegará conmigo a bordo. Y yo me realizo la pregunta de en qué se perjudica a esa persona. En realidad, no se le está vulnerando ningún derecho reconocido, pero su dignidad está viéndose afectada. Por un lado se libra de la compañía del plasta de César, pero resulta que, masoquista él, me había invitado, y no me gusta la falta de puntualidad, especialmente si me retrasaré en llegar un lustro aproximadamente
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