Los continuos robos de cobre algún día dejarán los ferrocarriles sin catenaria.
Otra vez aquí el pesado del ferrocarril? ¡Mira que nos dio la tabarra el verano pasado! Y yo salgo al paso diciéndoles que, citar a «le chemin de fer» en este artículo, nada tiene que ver con mis anteriores anécdotas ferroviarias, porque ésta es una variación ya situada en la segunda década del siglo XXI. Al grano, porque me pierdo.
Estoy seguro que en su mente aún conservan aquella etapa del estraperlo y bandidaje, ¿verdad? En su memoria y de aquella misma época, persisten aquellos necesitados hurtos para mitigar el hambre en bastantes casas, ¿no? La escasez en aquella etapa de la posguerra, obligaba a que bastantes mendigasen y no pasaban vergüenza por tal hecho, por ejemplo, a la puerta de nuestras iglesias. Por el contrario, otros que igualmente pasaban hambre «puertas a dentro» y bajo la apariencia de ser señores, se les llamaba «pobres vergonzantes». Ya hablamos en más de una ocasión de aquellas organizaciones, algunas religiosas, como «Las Conferencias de San Vicente Paúl», «Las Damas Catequistas», después «Cáritas» y hoy, por esa necesidad tan alarmante en muchas familias necesitadas, incluso ni percibiendo pensiones de miseria, bastantes parroquias han abierto comedores, reparten ropa, escolarizan niños? No tengo que olvidar a algunos ayuntamientos, donde tienen presente esa labor social. Pero hay otro tipo de personas, más bien elementos que se encuentran a gusto en su marginación y viven del hurto -los más pícaros- o del robo -los más expertos-, que son habituales «carne de presidio» y que la Justicia no tiene ni sabe cómo ponerles remedio. A esos son los que ahora llamo «amigos del metal».
La plata es el mejor conductor de la electricidad, pero por su escasez, carestía y blandura, se determina que el cobre reúne mejores condiciones genéricas. A partir de ese momento, este metal está presente en prácticamente todas las pequeñas y grandes instalaciones, empezando por nuestras casas, en telefonía, alumbrado en general y, cómo no, en nuestras líneas férreas. Entonces, llegan los amigos de lo ajeno y nos cortan la comunicación, nos dejan sin luz, paran los trenes?, y hacen el agosto en cualquier mes del año, vendiendo a determinados y desaprensivos almacenistas el cobre ya limpio de cualquier envoltura. Así veo yo, con tanta línea de AVE funcionando y otros trazados electrificados por doquier, que cuando nos hayan dejado sin catenaria alguna, no tendrán otro remedio que poner en circulación alguna de aquellas soberbias máquinas de vapor que hoy se encuentran en diferentes museos del ferrocarril, para remolcar los ahora trenes de Alta Velocidad hasta su destino. Eso sí, transitarán de forma lenta, ¡no importa!, majestuosa y nos volverán a llenar de hollines los ojos, ensuciarán los trajes?, pero volverá el ciclo del carbón y el resurgir de las cuencas mineras. ¡Lo que a mí se me ocurre!
Ya se lo conté, pero hoy me empeño en volver a contárselo. Sentado en el bordillo de la acera, un hombre descansaba y a su lado, en el suelo, había un largo y pesado raíl de tren. Acabado el reposo, el hombre intentaba con ímprobo esfuerzo volver a colocar dicha vía en uno de sus hombros. En esto pasó el samaritano de turno, ayudó al buen hombre a acomodar el raíl, a la par que le soltaba una jaculatoria: «Dios le ayude, hermano». A lo que el pícaro no tardó en responder con un venablo: «¡Joder!, si me ayuda Dios acabo con la Renfe en dos días».
Estoy seguro que en su mente aún conservan aquella etapa del estraperlo y bandidaje, ¿verdad? En su memoria y de aquella misma época, persisten aquellos necesitados hurtos para mitigar el hambre en bastantes casas, ¿no? La escasez en aquella etapa de la posguerra, obligaba a que bastantes mendigasen y no pasaban vergüenza por tal hecho, por ejemplo, a la puerta de nuestras iglesias. Por el contrario, otros que igualmente pasaban hambre «puertas a dentro» y bajo la apariencia de ser señores, se les llamaba «pobres vergonzantes». Ya hablamos en más de una ocasión de aquellas organizaciones, algunas religiosas, como «Las Conferencias de San Vicente Paúl», «Las Damas Catequistas», después «Cáritas» y hoy, por esa necesidad tan alarmante en muchas familias necesitadas, incluso ni percibiendo pensiones de miseria, bastantes parroquias han abierto comedores, reparten ropa, escolarizan niños? No tengo que olvidar a algunos ayuntamientos, donde tienen presente esa labor social. Pero hay otro tipo de personas, más bien elementos que se encuentran a gusto en su marginación y viven del hurto -los más pícaros- o del robo -los más expertos-, que son habituales «carne de presidio» y que la Justicia no tiene ni sabe cómo ponerles remedio. A esos son los que ahora llamo «amigos del metal».
La plata es el mejor conductor de la electricidad, pero por su escasez, carestía y blandura, se determina que el cobre reúne mejores condiciones genéricas. A partir de ese momento, este metal está presente en prácticamente todas las pequeñas y grandes instalaciones, empezando por nuestras casas, en telefonía, alumbrado en general y, cómo no, en nuestras líneas férreas. Entonces, llegan los amigos de lo ajeno y nos cortan la comunicación, nos dejan sin luz, paran los trenes?, y hacen el agosto en cualquier mes del año, vendiendo a determinados y desaprensivos almacenistas el cobre ya limpio de cualquier envoltura. Así veo yo, con tanta línea de AVE funcionando y otros trazados electrificados por doquier, que cuando nos hayan dejado sin catenaria alguna, no tendrán otro remedio que poner en circulación alguna de aquellas soberbias máquinas de vapor que hoy se encuentran en diferentes museos del ferrocarril, para remolcar los ahora trenes de Alta Velocidad hasta su destino. Eso sí, transitarán de forma lenta, ¡no importa!, majestuosa y nos volverán a llenar de hollines los ojos, ensuciarán los trajes?, pero volverá el ciclo del carbón y el resurgir de las cuencas mineras. ¡Lo que a mí se me ocurre!
Ya se lo conté, pero hoy me empeño en volver a contárselo. Sentado en el bordillo de la acera, un hombre descansaba y a su lado, en el suelo, había un largo y pesado raíl de tren. Acabado el reposo, el hombre intentaba con ímprobo esfuerzo volver a colocar dicha vía en uno de sus hombros. En esto pasó el samaritano de turno, ayudó al buen hombre a acomodar el raíl, a la par que le soltaba una jaculatoria: «Dios le ayude, hermano». A lo que el pícaro no tardó en responder con un venablo: «¡Joder!, si me ayuda Dios acabo con la Renfe en dos días».
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