El tren y la industria ferroviaria han perdurado desde principios del siglo XX como uno de los juguetes y aficiones predilectos por las sucesivas generaciones de españoles, sin distinción de edad y condición social, como así testimonia una exposición abierta hoy en Valladolid con piezas fechadas desde 1916.
"Son juguetes sin ideología ni edad", ha explicado hoy a los periodistas José Antonio Quiroga, propietario de la Colección Quiroga-Monte, radicada en Oviedo y formada por más de un centenar de piezas que podrán verse en Valladolid hasta el próximo 9 de enero.
Estos fondos ponen de manifiesto no sólo parte de la historia del juguete español, a través de las principales casas fabricantes -principalmente en Ibi (Alicante) y en Barcelona-, sino también la existencia de una afición -la de las miniaturas- que prácticamente ha evolucionado a la par que la propia industria del ferrocarril.
Ello se debe a la réplica de locomotoras, ténder y vagones -de mercancías y viajeros-, que los jugueteros reproducían a partir de modelos y series reales como las locomotoras "Pacific", "Santa Fe", la "Diesel Renfe-333" o el Talgo Virgen del Carmen.
La empresa Payá, en Ibi (Alicante), fue la primera que fabricó en España trenes a escala, en 1906, apenas medio siglo después del tendido y entrada en funcionamiento de la primera línea férrea peninsular, la que a partir de 1848 unió Barcelona y Mataró, ya que la pionera bajo dominio hispano circuló en Cuba once años antes.
La siguiente juguetera en encomendarse al tren fue Rico, en 1920, a la que siguieron Jyesa (Juguetes y Estuches) en 1936 y en los mismos años Josfel (sustentada por el hojalatero barcelonés José Feliú), Garvi a comienzos de los años 60 y Model-Iber a partir de los 70 para comercializar su popular Ibertren.
De todas ellas existen muestras en la exposición "El tren de juguete español", donde destaca una locomotora de gran tamaño, con su coche de pasajeros, fabricada por Hispania (posteriormente Manufactura Española del Juguete), en la primera década del siglo XX por unos hojalateros del barrio de Gracia en Barcelona.
Eran juguetes de encargo, principalmente destinados a los hijos de familias burguesas con precios impensables para la época, como las 1.800 pesetas que costó esa monumental pieza, según ha explicado Quiroga, cuya colección de juguetes, no sólo de estirpe ferroviaria, acumula unas 12.000 piezas reunidas desde hace quince años y para las que buscan un museo donde cederlas y poder exhibirlas.
En la exposición también se puede apreciar el material dominante de cada época, desde la madera, vidrio, estaño y hojalata primigenias hasta el plástico y baquelita de los prototipos más modernas, pintados a mano las primeras y metalografiadas después.
Cantinas, estaciones, túneles, palancas para el cambio de agujas, vías, señales de trafico y luminosas figuran entre los complementos de todas las composiciones (convoyes), algunas de ellas presentadas en escenarios originales como un recortable o el pequeño teatro que comercializó en 1916 la sociedad Seix Barral en cartón y papel.
Accionados de forma manual, mediante un mecanismo de cuerda y con corriente eléctrica en los tiempos más modernos, los trenecillos también se acompañaban, en algunos casos, de efectos de humo para procurar un mayor verismo. EFE rjh
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